Viendo los partidos de liguilla de nuestro futbol de primera división pienso: ¡Qué bien le vendría a nuestro futbol unas horitas (2-3, por ejemplo) más de entrenamiento!
Quizá entonces veríamos un futbol de mayor calidad y dinámica, con futbolistas capaces de rendir durante 90’ y no solamente durante partes del partido, puesto que requieren de largos momentos de recuperación tras un esfuerzo o una serie de esfuerzos cortos. Jugadores más precisos en los remates, en los pases, en el centrado y en los tiros libres (la mayoría bombas a las alturas).
Más con menos no es posible, sobre todo en un deporte como el futbol, donde, de por sí, reina el ‘cortito y a la ducha’. Oh futbol, con menos (entrenamiento), se premia al equipo; con menos, se descansa al equipo; con menos, se alcanza una alta forma deportiva. Los entrenadores, cautivos de los jugadores talentosos y taimados -que entendieron que, con menos, ellos se hacen inalcanzables para los menos talentosos y los jóvenes-, se han visto obligados a reducir los minutos de entrenamiento y a mover la carga para el lado de la diversión, con juegos en espacio reducido, de corta duración y mucho jolgorio, so pena de ser castigados, ‘inconscientemente’, con un partido de gente desganada y con la creatividad obnubilada.
El mejoramiento biológico -hoy olvidado y pretendidamente sustituido por el entrenamiento cognitivo (el negocio del momento)- difícilmente puede alcanzar los niveles de exigencia que requieren partidos de liguilla, cuando se ha abandonado el famoso entrenamiento sobreumbral, que es capaz de generar fenómenos adaptativos a nivel fisiológico, cognitivo, hormonal.
¿Qué hacer cuando durante años se ha propagandizado -por grandes entrenadores, con grandes jugadores- el entrenamiento ‘light’ y se han buscado complejas explicaciones desde la neurociencia, la fisiología, la biomecánica, etc. para imponerlo?
Por ahí llega un técnico nuevo a un club y exige a los jugadores que corran y amenaza con no hacer jugar a quienes no lo hagan, pero, en
realidad, siguen entrenando lo mismo que con el técnico que se fue. Por lo tanto, al poco tiempo, el equipo se ve como se veía antes. Pasado el efecto de novedad del técnico nuevo, restablecidos los roles, el romance con las figuras, estos últimos se encargan de llegar con el entrenador y, en tono confidencial, le expresan que el equipo está cansado, que hay que bajarle por los compromisos que se avecinan y que a lo mejor sería bueno suspender algún entrenamiento y hacer un asado, una convivencia para estrechar vínculos y refrescar compromisos. Se pretende intercambiar corazón por cerebro y no mejorar corazón y cerebro en una sinergia para el progreso.
Lo otro es hacer al futbol algo que no es ni será nunca: una actividad de intelectuales de sillón. Se ha llegado a decir que sesiones teóricas de entrenamiento pueden llegar a ser más intensas que la práctica, olvidando que, en el deporte de alto rendimiento, más que suprimir o sustituir tareas no agradables para el jugador, se debe adicionar tiempo para entrenar aspectos técnicos o tácticos incompletos. A cara descubierta se afirma desde las altas esferas del pensar futbolero que 90’ de entrenamiento es suficiente, porque el partido dura 90’. De lo contrario, puede aparecer el ‘cuco’ de las lesiones.
El mundo está preocupado por reducir los tiempos y formas de entrenamiento, de la preparación atlética y pareciera que nadie se da cuenta de que en los juegos existen muchos errores a la hora de pasar, de tirar a gol, de centrar, de realizar disparos a balón parado, mismos que pueden estar relacionados con la poca repetición de dichas acciones técnicas básicas y mucho también con una falta de preparación atlética.
Los gurúes del momento han hecho creer a gran parte del mundo futbolero que la técnica no se entrena a través de la repetición y se basan en una teoría que posee muy pocas pruebas sólidas de su efectividad: el denominado entrenamiento diferencial.
Por otra parte, vemos que en los juegos importantes se renuncia a lo pretendidamente entrenado (chiquito, bonito, preciso, al pie, propio de los juegos reducidos) y se recurre al primitivo balonazo para tener el balón lejos de la portería y que, ‘en una de esas’, le quede el balón a modo al delantero y haga un golecito. Mientras tanto, el equipo (aún los equipos grandes, con la obligación moral no solo de ganar, sino -además hacer eso que se habla tanto en el futbol- ‘jugar bien’) recurre sin tapujos al juego de ‘la pelota caliente’. El futbol de múltiples pases cortos, con equipos intensos, con marcas que van de pegajosas a violentas, se torna más difícil y requiere de un mayor nivel técnico, cosa que no se ve.
La herramienta para todo progreso y retroceso deportivo es la carga y los brazos de la carga son el volumen y la intensidad. Ignorarlo es suicida. Ignorarlo en los equipos chicos es suicidio y fusilamiento. Un entrenamiento corto, todo transcurre con balón, donde predominan sesudos ejercicios de pases, con pocos jugadores, podríamos decir que tampoco es el futbol real, aunque haya un balón en disputa.
El entrenamiento con balón tiene objetivos claramente definidos y el entrenamiento sin balón en el futbol también tiene objetivos claros e insustituibles. Se pierde la relación áurea entre ambos y las exigencias del alto rendimiento tan crudo, intemperante, golpean a los equipos, por prestigiosos y ricos que sean.
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