Reflejos del mundial 2006
Cada vez que se realiza el gran espectáculo del campeonato mundial de fútbol tenemos que soportar -como si fuera parte del juego- a esos eternos leguleyos que pretenden deslumbrar al aficionado con su intrincada verborrea.
Estos “portentos” del micrófono también suelen confundirnos con sus comentarios que nos hacen dudar hasta de lo que ven nuestros incautos ojos de hombres comunes.
Ellos generalmente comienzan evocando algún icono de la época de oro y finalmente, ya exaltados, acaban despreciando el fútbol moderno y rematan glorificando el fútbol de ayer.
Con tal cúmulo de fraseología, medio poética, medio sociológica, medio proletaria, los aficionados acaban creyendo que lo que vieron no fue más que un encuentro aburrido de jugadores robotizados y que se debe regresar a un fútbol que hoy, no tendría ninguna posibilidad de éxito.
Reducir la evolución de una actividad humana como el fútbol, a la dicotómica oposición de físico contra técnica, o corredor contra tocador, o talento contra músculo o pensador contra atarantado, es francamente lamentable.
Ciertamente, para quien conoció muchas décadas atrás, partidos donde se veían como cosa normal 10 goles, aguantar un planteo defensivo actual o un partido definido a penales, puede resultar deprimente.
Los nostálgicos del fútbol de los 70, y todos aquellos que piensan que el fútbol de antes era mejor (y no pretendo hacer una valoración de esto), deberían reconocer que la forma de jugar el fútbol cambia. Como cambia todo, como cambian los estilos, las modas, las tendencias.
En todos los deportes, todos, los campeonatos mundiales implican el más alto nivel técnico, lo mejor de lo mejor: ver un certamen por cualquier título mundial lleva a estar ante lo más refinado y pulido de la categoría deportiva en juego.
El fútbol de alto rendimiento no es para los cojos diestros, ni para los atletas troncos con el balón, ni para los inteligentes indolentes, ni para hombres sin espíritu de lucha, mucho menos para los individualistas que exhiben a sus compañeros.
El fútbol sigue y seguirá expresando el placer de los cuerpos en libertad, el fervor de la contienda, la enrevesada magia de los imprevistos; hombres indivisibles, hombres que en el juego aportan lo mejor y lo peor de sus personalidades.
Dividir, partir, seccionar a los hombres-jugadores y finalmente reducirlos a músculos, o intelecto, o emociones, me parece que no refleja cabalmente lo que sucede en el campo de juego. Un planteamiento tan reducido, crea enconos, ensucia la discusión y no enseña nada a los millones y millones de televidentes.
Yo vislumbro la posibilidad de una realidad distinta.
Mi idea de la vida y del juego que la representa es holística, no incluye la resta.
El fútbol de ayer y de hoy ha exigido siempre jugadores explosivos, veloces, fieros y voluntariosos, diestros y precisos con el balón, solidarios con el compañero, entregados en el entrenamiento, inteligentes tácticamente, y con un estilo de vida coherente con su profesión. Estos jugadores, sin duda, siempre tendrán cabida en el fútbol de alta competición.
El mundo cambia. Los hombres cambian. ¿Y el futbol?… el fútbol también.